Dios ha creado a toda la humanidad a Su propia imagen y semejanza. Es decir, tanto los hombres como las mujeres son los reveladores de Sus nombres y atributos, y desde el punto de vista espiritual no existe diferencia entre ellos. Como el alma no tiene género, ambos cumplen con su propósito de vida al desarrollar las potencialidades con los que fueron creados y al ponerlos al servicio del bien común. Sin embargo, históricamente la mujer ha sido privada de las condiciones necesarias para desarrollar su pleno potencial. Por tanto, hombres y mujeres deben estar en igualdad de derechos y oportunidades. ‘Abdu’l-Bahá explica:
«El mundo de la humanidad consta de dos alas: el hombre y la mujer. En la medida en que las dos alas no posean igual fortaleza, el ave no podrá volar. Hasta que la mujer no alcance el mismo grado que el hombre, hasta que no disfrute de los mismos campos de actividad, no se conseguirán frutos de gran valía para la humanidad, ni podrá ésta remontarse a las alturas de logros reales. Cuando las dos alas (…) sean equivalentes en fuerza y disfruten de las mismas prerrogativas, el vuelo de la humanidad será inmensurablemente excelso y extraordinario.»
La igualdad entre hombres y mujeres no significa y, en verdad, fisiológicamente no puede significar, funciones idénticas. Las diferencias de función se hacen más evidentes en la vida familiar.
Por lo tanto, la igualdad de derechos y oportunidades entre las mujeres y hombres tendrá que ser reafirmada en todo tipo de interacción social, ya sea en el hogar, en las comunidades, en el ambiente laboral y en los gobiernos para así avanzar hacia un nuevo orden social que transforme las relaciones de dominancia y competencia en relaciones de colaboración, cooperación y reciprocidad.