EL PROPÓSITO DE LA VIDA

En sus enseñanzas, Bahá’u’lláh dice que Dios ha creado al ser humano rico y noble a partir de la esencia del conocimiento y de la arcilla del amor. “De entre todas las cosas creadas”, Él escribe, “Dios eligió la realidad del hombre, pura y semejante a una gema, y la dotó con la capacidad única de conocerle y de reflejar la grandeza de Su gloria”. La capacidad de conocer y amar a Dios debe considerarse necesariamente como “el impulso generador y el propósito primordial que subyace a la creación”.

Los escritos bahá’ís además dan luces sobre la coherencia dinámica entre las dimensiones material y espiritual de la existencia humana. Ofrecen una perspectiva evolutiva de la naturaleza humana en la que los procesos transformadores de la educación y la capacitación pueden promover la regulación de la naturaleza inferior y la realización del potencial espiritual latente.

Por otro lado, las enseñanzas bahá’ís explican que el individuo no está separado de su entorno social, dado que el uno ejerce influencia sobre el otro; es decir, las potencialidades y cualidades del alma humana tienen una dimensión social y no pueden desarrollarse en aislamiento. En este sentido, los seres humanos tienen un doble propósito. Por un lado, fue creado para desarrollar las potencialidades humanas interiores. Por otro lado, fue creado para contribuir a una civilización en continuo progreso. El servicio  a la humanidad une estos propósitos, pues es el medio a través del cual ambos se logran. Ninguno es posible sin el otro. El ser humano no puede desarrollarse espiritualmente sin contribuir al avance de la sociedad; y, al tiempo que contribuye al progreso de la sociedad, ayuda a crear las condiciones sociales dentro de las cuales las generaciones siguientes tendrán el máximo de oportunidades para hacer realidad su potencial espiritual. 

“Nos ha dado Dios ojos para que podamos mirar al mundo en derredor y echar mano de cuanto hará avanzar la civilización y las artes de la vida. Nos ha dispensado oídos para que podamos oír y aprovechar la sabiduría de los estudiosos y filósofos e incorporarla a su promoción y práctica. Se nos han conferido sentidos y facultades para dedicarlos al servicio y bien general, de modo que nosotros, que nos distinguimos sobre las demás formas de vida por la percepción y la razón, breguemos en todo tiempo y en todos los campos, sea la ocasión grande o menuda, ordinaria o extraordinaria, hasta que la humanidad toda se haya reunido a salvo dentro de la fortaleza inexpugnable del conocimiento. De continuo deberíamos establecer bases nuevas para la felicidad humana y promover instrumentos renovados con vistas a este fin. Cuán excelente, cuán honorable se vuelve el hombre si se alza a desempeñar sus responsabilidades; cuán desdichado y despreciable si cierra sus ojos al bienestar de la sociedad y malgasta esta preciosa vida yendo en procura de sus propios intereses egoístas y ventajas personales”.

‘Abdu’l-Bahá

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